Aniceto Porsisoca, el ícono del humor que marcó generaciones

Con su costal al hombro y chispa campesina, Aniceto Porsisoca se convirtió en símbolo del humor salvadoreño. Su legado sigue tan vivo como su picardía.

Por elsalvador.com Ago 29, 2025- 15:48

Aniceto Porsisoca no fue solo un personaje gracioso, fue una voz que logró unir al país a través de la risa. Con una combinación única de ingenio, ternura y sabiduría popular, Carlos Álvarez Pineda —el hombre detrás del sombrero de paja y el bigote ralito— moldeó a Aniceto hasta convertirlo en un referente entrañable de la cultura salvadoreña. 

Hoy, a más de tres décadas de su partida, su eco aún resuena en las conversaciones cotidianas, en los recuerdos familiares y en los videos que circulan por redes sociales.

Del cantón Cujucuyo al corazón del país

Aniceto Porsisoca.
Aniceto Porsisoca. / Foto archivo

Carlos Álvarez Pineda nació el 24 de febrero de 1928 en el cantón Cujucuyo, en Texistepeque, Santa Ana. Aunque se formó como maestro normalista, encontró su verdadera vocación frente al micrófono. En los años 50 debutó como locutor humorístico, conquistando rápidamente al público con sus ya célebres "puesiyas", coplas improvisadas cargadas de humor campesino y aguda observación social.

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La llegada de Aniceto a la televisión en los años 60 consolidó su fama. Con programas como “Oficina para todos” y “Las Puntadas de Aniceto”, se volvió parte del día a día en los hogares salvadoreños. Su estilo era claro: humor blanco, sin malicia, accesible para todas las edades. Compartía pantalla con otros talentos como Paco Medina Funes y Doña Terésfora, formando parte de una generación dorada del entretenimiento nacional.

Su imagen era reconocible al instante: camisa de manta, sombrero de paja, costal de yute al hombro y esa mirada pícara que invitaba a la carcajada. No solo encarnaba al campesino sabio y optimista, sino también a ese “cholco” resiliente que, pese a las adversidades, nunca perdía el sentido del humor.

“El que se enoja se arruga”, “el físico me compromete” o “uno de cipote es tonto” eran frases icónicas de su filosofía de vida, sencilla y feliz.

Un legado que se ríe del olvido

Además de interpretar, Carlos Álvarez escribía sus propios libretos, convencido de que hacer reír requería tanto rigor como talento. Su disciplina y creatividad le valieron importantes reconocimientos en vida. En 1991, fue homenajeado por la Organización de Estados Americanos (OEA) junto a figuras como Cantinflas. Un año después, recibió el título de Artista Sobresaliente de El Salvador.

Aniceto también fue imagen de campañas publicitarias que supieron aprovechar su cercanía con el pueblo. Su humor se convirtió en una herramienta poderosa para conectar, informar y entretener, siempre desde la honestidad y el cariño por lo propio.

El 9 de junio de 1993, a los 65 años, Aniceto se despidió del mundo terrenal tras luchar contra el cáncer. Sin embargo, su partida no logró borrar su presencia. Hoy en día, su figura vive en clips de archivo, en frases populares y en los recuerdos de quienes crecieron escuchando sus ocurrencias.

Redescubrir a Aniceto es volver a una parte de nuestra identidad, una que nos invita a reírnos sin burlas, a ver la vida con más sencillez y ternura. Porque, como él mismo decía: “La risa no la venden en la tienda de la esquina, pero sí cambia tu día por completo.”

Con reporte de El Diario de Hoy.